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LA  OBRA

La pintura de Jorge Dalle Hay es pintura religiosa tal como lo fué la pintura de Miguel Ángel o como -hace más o menos veintemil años- la pintura propiciatoria de la cueva de Lascaux. Parecen comparaciones muy lejanas pero en el arte de Dalle Hay es facil reconocer esta doble función sagrada: la celebrativa, con la representación de la mitología Yorubá, y la propiciatoria, finalizada a ganarse la benevolencia divina.
Sin embargo, a pesar de la religiosidad de su arte, Dalle Hay no trabaja por cuenta de ningún papa, siendo el Yorubá un culto esencialmente anárquico, sin jefes ni istituciones, y dotado de una liturgía muy fluida. Religión sincrética y migratoria para un pueblo sincrético y migratorio.

De hecho los dioses Yorubá (orixás) representados por Jorge son entidades mucho más huidizas y misteriosas que los cristos, los santos y las vírgenes que pueblan la iconografía cristiana. Con su catálogo de vicios, de virtudes, de enigmas, de poderes, de escarmientos y de burlas la mitología de los orixás parece ofrrecer una interpretación humorística y provocatoria de las vicisitudes humanas. No hay ninguna ley escrita que pueda garantizar la salvación a nadie. Todo acontece en el gran horno de la vida, donde istinto, valentía, intuición, deseo, azar, prudencia, talento, picardía y mucho más desempeñan en su momento un papel decisivo y controvertido. Y como en las pinturas de Jorge este espectáculo barroco y socarrón está incesantemente contemplado por miles de miradas más o menos ocultas, algunas benévolas y otras malévolas, pero cuya naturaleza resulta dificil de descifrar.

El arte de Jorge entonces está intimamente relacionado con la necesidad muy humana de volverse buenos intérpretes de estas miradas metafísicas -las de los orixás- para poner un freno a su propia desventura e intentar dirigirse a un destino (o incluso a un karma) feliz y apropiado. En este crucial ejercicio, en el cual teoría y práctica acaban siendo la misma cosa, personaje central de la producción de Dalle Hay es la figura del Eleguá: movimientos furtivos y humor voluble, patrón de todos los cruces y abridor de todas las puertas, el Eleguá maneja su hoz para abrir camino a sus protegidos y en el mismo tiempo desvía a los demás sobre senderos confusos y engañosos. Pintado en figura entera o en forma totémica triangular, el Eleguá, soverano conocedor del cosmo estratificado, es el fulcro simbólico de esta concepción barroca y enigmática de la vida y de la pintura.

Andrea Spinelli

 

 

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